Essay
Eielson: Mutatis Mutandis
COLUMN/COLUMNA

Eielson: Mutatis Mutandis

David Medina Portillo

Jorge Eduardo Eielson (Lima, 1924) forma parte de una generación de poetas peruanos que reúne, entre otros, a Javier Sologuren, Blanca Varela y Sebastián Salazar Bondy. Se trata de un grupo en cuyos inicios desempeñó un papel importante la experiencia surrealista de César Moro y Emilio Adolfo Westphalen, dando por cierto otro magisterio, el de dos figuras tutelares indiscutibles en el Perú de los años cuarenta: José María Arguedas y César Vallejo.

Testimonio de una trayectoria vertiginosa, de las más sorprendentes en hispanoamérica por su variedad de registros, la bibliografía de Eielson podría resumirse en un solo título genérico, aquel que el poeta ha adoptado para las diversas ediciones que reúnen todo su trabajo: Poesía escrita. Dicha poesía “escrita” ha tenido, en este orden, tres momentos, los que difieren entre sí de acuerdo con los poemas inéditos que se incorporan según las fechas de la nueva publicación. Así, el primer intento de reunir las sucesivas ediciones de libros independientes bajo aquel título fue gracias a la aparición en México, en 1991, de una primera Poesía escrita publicada por la Editorial Vuelta. Vinieron después una presentación bilíngüe, español-italiano, preparada por Martha L. Canfiel y publicada por Le Lettere en Florencia en 1993, así como la preparada también por Canfield en colaboración con el autor y publicada por la colombiana editorial Norma en 1998.

Después de esta última Eielson nos ha entregado tres volúmenes independientes más. El primero se editó en 2001 en Valencia, España, con el sello de Pre-Textos y bajo el enigmático título Sin título. Escrito en Milán (1994-1998); otro fue Celebración (2001), publicado en Lima por Jaime Campodónico Editor; más “Nudos”, largo poema aparecido en Italia en el 2002 dentro del libro Canto visible (Galería Gli Ori) como contrapunto poético a una muestra significativa de la obra plástica del autor. Dichos volúmenes se han integrado, previsiblemente, a un nuevo recuento de toda su “poesía escrita”, aunque ya con otro nombre: Vivir es una obra maestra, publicado en 2004 por la española Ave del Paraíso.

Una vez señalado lo anterior podemos decir que el poeta de Vivir es una obra maestra ya no es el mismo que leímos en Poesía escrita. En efecto, más allá del hecho de que esta reunión transcribe casi íntegramente la última edición de su Poesía escrita, los poemas más recientes de Eielson dan constancia de una nueva evolución en el trabajo poético del autor. Se trata, para ser precisos, de un cambio de mirada antes que de una transformación formal, tan importante ésta para quien se ha caracterizado por la inquietud constante en el terreno del lenguaje, la palabra escrita y la página entendida —dice él— como “un fragmento del universo”. En este sentido, los poemas más recientes de Eielson acompañan a esta nueva reunión de su poesía no sólo como un testimonio cronológico de sus últimos textos sino que, al integrarse al cuerpo de lo que conocíamos como su Poesía escrita, le otorgan una nueva dimensión.

¿Pero cuál es esta nueva dimensión de la que hablamos? Hay que señalar que, en principio, el cambio de título tiene una connotación colocada más allá de la simple decisión editorial. Eielson ha sido siempre muy cuidadoso a la hora de caracterizar su particular concepción del fenómeno poético, de modo que el adjetivo preciso (poesía “escrita”) con la que encabezaba su producción hasta antes de Vivir es una obra maestra, debía entenderse como algo más que un detalle léxico. En este orden, no deja de ser desconcertante que un poeta como Eielson haya dicho —en alguna página de El diálogo infinito (Entrevista con Martha L. Canfield, Artes de México/UIA, 1995)— que la poesía jamás ha sido realidad exclusiva de lo escrito. Sin embargo, las cosas se aclaran cuando tenemos en cuenta que Eielson, además de ser uno de los grandes poetas latinoamericanos vivos es, asimismo, un artista plástico de amplia trayectoria y, como se dice, de reconocido prestigio. Mi memoria es corta en este sentido y quizá por ello no recuerdo un caso similar de pintor y hombre de letras cuyo trabajo, en ambas expresiones, sea indiscutible ante el juicio de los enterados (¿Michaux, Tomlinson?). Esta observación sirve para introducir un concepto caro para Eielson, que nutre tanto a su pintura como su poesía. Me refiero a la gracia concebida en términos de pneuma, de hálito o energía trascendental viva y, por lo mismo, omnipresente y en perpetuo cambio: “Lo mejor de un poema, como lo mejor de un cuerpo, no son sus elementos […] sino la gracia que los visita y los une en una sonrisa, un movimiento armonioso…” Se trata, como podemos ver, del impulso original, del fiat genésico cuya manifestación se da —entre otras de sus posibles formas—, en aquello que llamamos poesía. Dicho lo cual, cabe la siguiente pregunta: ¿por qué lo “escrito” habría de ser la única realidad tangible de la poesía? Esta pregunta resulta pertinente tratándose de alguien que ha precisado, a este respecto, lo siguiente: “la poesía es el estado permanente del universo”.

Volviendo al asunto de Poesía escrita como título de sus anteriores reuniones y el actual recuento, ya bajo el apelativo de Vivir es una obra maestra, me parece que dicho cambio tiene que ver con un propósito explícito de acentuar el vínculo entre vida y poesía, máxima estética y vital para un poeta que siempre ha defendido la importancia de la experiencia individual sobre el cauce del lenguaje y la tradición. De ahí su profundo romanticismo —qué duda cabe— en la única manifestación que hoy nos es posible, la de una modernidad escéptica que busca, no obstante, su reencuentro con la gracia. Dicha raíz romántica hace suyas, desde luego, las claves que han dado cuerpo a la tradición del arte y la poesía contemporáneas, desde Rimbaud y Lautreamont, las vanguardias históricas y el surrealismo, hasta Martín Adán y César Vallejo. Claves de la creación en una modernidad que, a grandes rasgos, ha oscilado entre la acción de un “arte total” y la contemplación tocada, en sus extremos, no sólo por la expresión lacónica sino, también, por un mutismo asaz nihilista. En efecto, como artista plástico Eielson ha experimentado desde hace décadas con aquello que, por ejemplo, el expresionismo abstracto norteamericano denominó en su momento como la “acción pictórica”, es decir, la identificación del acto creativo como elemento estructural de la obra misma. Por su parte y en tanto poeta, Eielson ha hecho de la experimentación rítmica uno de los ejes en torno de los cuales gira toda su expresión poética. Por supuesto, el ritmo tiene para él una connotación más que técnica. Se trata, para decirlo de alguna manera, del ritmo entendido como una especie de “corriente subterránea en constante mutación”; de esa energía primordial, digamos, que anuda y desanuda al mundo poblándolo de formas. O para expresarnos con un vocablo de connotaciones clásicas podríamos decir, también, que la razón poética del ritmo en Eielson es la de religar el mundo anudando su vasta y consanguínea pluralidad.

Y ha sido este ritmo, justamente, el que ha determinado que en la evolución poética del autor se dé el fenómeno de la experimentación (equivalente de la acción), seguida por periodos de calma en los que Eielson busca cierta serenidad contemplativa, ese otro polo necesario de lo que él llama la armonía opositorum. El hecho es particularmente visible, creo, en los últimos libros del autor. No tanto en los que se recogían en Poesía escrita como en aquellos que aparecen en las secciones finales de esta edición de La vida es una obra maestra, es decir, en los poemas que marcan el cambio de título en el nuevo recuento de su obra poética. Por lo mismo, no me parece insignificante que una de dichas secciones se llame “Nudos”, nombre por lo demás con el que Eielson ha bautizado a muchas de sus creaciones plásticas en las que esta armonía opositorum se manifiesta por otras vías. Ahora bien, la serenidad contemplativa de la que hablamos posee un rasgo que quiero destacar. Me refiero a cierta raíz panteísta que se diferencia, expresamente, del ascetismo desencantado común en tantos ex practicantes de la experimentación posmoderna. En efecto, más que nunca el Eielson de sus últimos poemas se interna en aquello que expresara en la citada entrevista con Martha L. Canfield a propósito de la contemplación vivida como actitud vigilante: “concentración de todo el ser en cualquier aspecto de la vida, sea triste o feliz o sencillamente rutinario. […] Es mi manera de poner en práctica el wu-wei taoista, de seguir la corriente sin oponer resistencia”. En este sentido, frente a los poemas de “Noche oscura del cuerpo”, por ejemplo, Vivir es una obra maestra nos ofrece con nitidez la voz de un poeta que celebra el mundo y sus dones. Formalmente se trata del mismo Eielson, según dijimos más arriba, pero la mirada y la voz del autor de Poesía escrita han cambiado: “Camino entre mi sombra/ Y la sombra de los pinos. Mi cuerpo/ Es un puñado de hierba a la deriva/ Y el bosque azul que me rodea/ Soy yo mismo que respiro. Ya no distingo/ Entre el abeto y mi barba crecida. Camino/ Y cada resplandor cada penumbra/ Cada cereza esmaltada/ Son una sola con mi paladar/ Y con mi sexo. Gotas brillantes aparecen/ Entre mi pupila y los verdes frutos/ Del naranjo. Surgen abanicos/ De frescura y diamantes que no duran/ Sino el tiempo de un suspiro/ La mariposa nace alegremente/ Donde el gusano muere y nada crece/ Sin haber sido antes otra criatura”.

“Celebración”, “Sin título” y “Nudos”, secciones que constituyen la novedad de Vivir es una obra maestra, reúnen poemas que el autor ha venido escribiendo desde 1990. En este lapso se ha experimentado un cambio en la poética de Eielson similar, digamos, al que se diera con la publicación de “Tema y variaciones” en 1950. En este sentido, si “Tema y variaciones” representa una crítica de la tradición, según el mismo Eielson ha dicho, los últimos textos de Vivir es una obra maestra son una crítica de su propia obra: voz que se reúne consigo misma en la contemplación y, por gracia de la poesía, nos devuelve el asombro de aquella primera vez del mundo, de los seres y las cosas.


Posted: April 2, 2012 at 1:35 am

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