Reflection
El encanto del noveno arte

El encanto del noveno arte

Giobany Arévalo, Gabriela Torres Olivares, Anuar Jalife

Traducción al español de Estela Seale

 

Justo ahora, mientras me doy tiempo para escribir estas líneas, edito y corrijo las últimas páginas del Capitán América núm. 7, al tiempo que preparo, con taza de café en mano y la bendición de San Stan Lee, el plan editorial para 2010. Sí, ser el editor en jefe de Marvel México es un sueño hecho realidad para alguien que ha seguido los “monitos” durante más de 25 años.

Mi afición por el género surgió, como lo hacen muchas aficiones, por medio de la iniciación: cuando cumplí cinco años, un primo me regaló un dibujo (hecho por él) del Hombre Araña, acompañado por un ejemplar del distinguido arácnido. En ese entonces no le presté demasiada atención a la historia (ni al dibujo de mi primo), pero las viñetas y las secuencias de acción donde Spidey se enfrentaba contra el Duende Verde me abrieron los ojos a un mundo que, a pesar de ser estático, proyectaba un movimiento indefinido. Esa misma tarde, tuve una larga sesión de “lectura” (obligué a mi padre a que me comprara más historietas) en la que mi sorprendido e infantil cerebro no paraba de absorber cuanta imagen se le presentaba. Fue un momento inolvidable.

Hoy, a 27 años de distancia de cuando tuve en mis manos un cómic, el gusto por el noveno arte sigue siendo un hilo conductor en mi vida… sobre todo porque ahora me pagan por editarlos y escribirlos. A eso le llamo tener suerte.

Giobany Arévalo
Editor en jefe de Marvel México

 

La primera vez que leí un cómic fue a escondidas, a los ocho años. Mi abuela Pita coleccionaba La Novela Semanal y confieso que esta fue mi primera lectura hedonista: una mujer infiel que, por la carga de moralidad pedagógica que identifica (aún) dichas publicaciones, acababa muy mal. A escondidas disfruté del placer de tales lecturas: personajes femeninos subyugados y la didáctica complejidad heteronormativa de la clase popular. Con la evolución de mi demanda intelectual, busqué otras historias que no fueran tan predecibles y, en la infantil (prohibida) investigación, encontré El Libro Vaquero, Condorito, La Novela Policíaca, Así Soy ¿Y qué?, Lágrimas y Risas, entre otras de la vasta biblioteca de mi abuela. Un poco cansada de esconder mis vicios lectores, comencé a comprar historietas que fueran más acordé a mi edad: Memín Pinguín, Capulinita y Archie fueron los primeros títulos de una biblioteca propia. Disfruté de la lectura social con mis vecinitos del entonces, en lo que yo creía el primer círculo de lectura del mundo, cuya sede era la banqueta de mi cuadra. Compartíamos y canjeábamos Capulinitas, platicábamos de las aventuras y simulábamos ser los personajes. Olvidé el vilipendio, la infidelidad, el llanto y la desgracia de mis primeras lecturas para enfocarme en los problemas menos comunes de mis nuevos héroes. Y así los héroes sólo fueron cambiando de nombre hasta el presente. Mi infancia estaba lejos del Manga o el Estilo Americano y cuando llegaron a mi espacio, la lectura con dibujos era sólo la de las novelas gráficas o de los cartoneros como Trino y Gis.

Dicen que una siempre vuelve a las raíces (eBay o librerías de viejo). Y que los clásicos son aquellos que releemos infinidad de veces con diversas percepciones. He vuelto: busco entre monos la primera lectura hedonista que tuve una tarde en casa de mi abuela. Y quiero hacerlo a escondidas.

Gabriela Torres Olivares
Escritora

 

Nunca he leído un cómic. O al menos nunca uno completo. Y esto no se debe a que sienta alguna animadversión por este género, considerado materia de freaks. Por el contrario, mi relación con el cómic ha sido siempre la de una admiración velada. Como con muchas otras cosas, mi primer contacto con él fue a través de una pantalla. Ahí descubrí a estos nuevos héroes, nuevas máscaras contemporáneas. Si no ¿quién, por ejemplo, no ha reconocido la venganza en The Punisher antes que en Dumas?, ¿o el arrebato de ira en Wolverine antes que en Ajax? Así, cuando vi por primera vez a uno de estos personajes que yo imaginaba exclusivos de la televisión, sentí el azoro de quien acude a la fuente original. Y es que el cómic se ha vuelto material de una erudición alterna. Tal como se retrata en innumerables series, el cómic es capaz de convocar a congresos multitudinarios, generar especialistas y hacer de sus números verdaderos incunables pero, sobre todo, ha tenido la capacidad de forjar clásicos contemporáneos. Habría que repensar el cómic y acudir a él sin el prejuicio genérico. Yo, ahora que lo pienso, creo estar más cerca de los cómics de lo que creía. Hace un año, por ejemplo, me encontraba en la conferencia de una leyenda –cuyo nombre penosamente no recuerdo– del Grupo Editorial Vid, la casa editora de cómics más importante de México. Las miradas se detenían en él, incrédulas y distantes. Puse atención en su ropa y en su peinado, parecían inverosímiles: demasiado colorido (rojos, verdes, azules) y un copete tremendo. Era risible que este hombre pareciera personaje de sus historietas. Entonces nos vio a nosotros, los “serios”, en otro lugar común: grises, negros, marrones, disfrazados de Kafka, y comprendí que nos ligaba la misma nostalgia de la ficción.

Anuar Jalife
Escritor y director de la revista Los perros del alba


Posted: April 18, 2012 at 10:15 pm

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