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El resurgimiento de la Guerra Fría

El resurgimiento de la Guerra Fría

Alexander Dugin

                    Traducción de David Medina Portillo

Alexander Dugin (Moscú, 1962) es uno de los comentaristas políticos más reconocidos en la Rusia postsoviética. Actualmente es profesor de la Universidad Estatal de Moscú y líder indiscutible del Eurasian Movement, proyecto político panruso de corte radical (y un tanto místico) en favor de un retorno de Rusia al escenario global como contrapeso a la dominación estadounidense. Durante más de una década se ha desempeñado como asesor de Vladimir Putin y de otros miembros del Kremlin en cuestiones geopolíticas. Autor de varios títulos sobre temas políticos, filosóficos y espirituales, en su libro más reciente, The Fourth Political Theory (Arktos Media, 2012), expone la necesidad histórica de una cuarta ideología emergiendo de los escombros de la Modernidad y sus tres ejes ideológicos: el comunismo y nazismo ya derrotados y, finalmente, el liberalismo que hoy –según él– llega a su etapa final. ¿Cuál es esta cuarta ideología? Dugin deja abierta esa incógnita pero se permite anunciar que ésta no será liberal, tampoco occidental.

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La guerra que se avecina como concepto

La guerra contra Rusia es actualmente uno de los temas más discutidos en Occidente. En este momento se trata sólo de una sugerencia y una posibilidad, aunque puede convertirse en realidad dependiendo de las decisiones adoptadas por las partes implicadas en el conflicto de Ucrania –Moscú, Washington, Kiev y Bruselas.

No deseo discutir aquí todos los aspectos y la historia de este conflicto. En cambio, me propongo ahondar en sus profundas raíces ideológicas. Mi concepción de los eventos más relevantes se basa en la Cuarta Teoría Política, cuyos principios he descrito en mi libro publicado en inglés con el mismo nombre por Arktos Media en 2012.

En este sentido, no voy a examinar la guerra de Occidente contra Rusia en términos de sus riesgos, peligros, problemas, costos o consecuencias sino, más bien, analizaré su sentido ideológico en una perspectiva global. Así pues, reflexiono sobre el sentido de esa guerra y no en la guerra misma (que puede ser real o virtual).

La esencia del liberalismo

En el Occidente moderno hay un patrón, una ideología dominante: el liberalismo. Puede aparecer bajo muchos matices, versiones y formas, aunque su esencia siempre es la misma. El liberalismo posee una estructura interna y fundamental que acata los siguientes principios axiomáticos:

• individualismo antropológico (el individuo es la medida de todas las cosas);

• fe en el progreso (el mundo se encamina hacia un mejor futuro y el pasado siempre es peor que el presente);

• tecnocracia (el desarrollo técnico y su ejecución se asumen como los criterios determinantes bajo los cuales juzgar la naturaleza de una sociedad);

• eurocentrismo (las sociedades euro-americanas son consideradas como la medida estándar para el resto de la humanidad);

• la economía como destino (la economía de libre mercado es el único sistema económico normativo –todos los demás tipos de economía deben ser reformados o destruidos);

• la democracia es el gobierno de las minorías (defenderse a sí mismas frente a una mayoría siempre propensa a degenerar en totalitarismo o “populismo”);

• la clase media es el único actor social realmente existente y la norma universal (independiente del hecho de si un individuo ya ha llegado a ese estado o se halla en camino de convertirse en clase media);

  • one-world globalism (los seres humanos son todos esencialmente los mismos con sólo una distinción, a saber, la de su naturaleza individual –el mundo debe integrarse sobre la base del individuo y del cosmopolitismo, es decir, de la ciudadanía global).

 Estos son los valores centrales del liberalismo, los que constituyen la manifestación de una de las tres tendencias que, junto con el comunismo y el fascismo, nacieron de la Ilustración y que, en conjunto, proponen diversas interpretaciones sobre el espíritu de la modernidad. Durante el siglo XX el liberalismo derrotó a sus rivales y desde 1991 se convirtió en la ideología dominante del mundo.

La única libertad de elección en el reino del liberalismo global es entre el liberalismo de derecha, el de izquierda o el radical, incluyendo el liberalismo de extrema derecha, el de extrema izquierda y el extremadamente radical. Como consecuencia, el liberalismo se ha instalado como el sistema operativo de la civilización occidental y de todas aquellas sociedades que se encuentran en su zona de influencia. Se ha erigido en el común denominador de todo discurso políticamente correcto y la marca distintiva que determina quién es aceptado por la política dominante y quién será marginado y rechazado. La sabiduría convencional [la Conventional Wisdom de Kenneth Galbraith] se volvió liberal.

Geopolíticamente, el liberalismo se inscribió en unos Estados Unidos –modelo en el que los anglosajones constituían el núcleo étnico– fincados en la alianza atlántica euro-americana, OTAN, que representa el núcleo estratégico del sistema de seguridad global. Ésta ha llegado a ser vista como sinónimo de la seguridad de Occidente y, en última instancia, de la seguridad norteamericana. Así, el liberalismo no sólo es un poder ideológico sino también un poder político, militar y estratégico. La OTAN es liberal en sus raíces. Defiende a las sociedades liberales y lucha para extender dicha ideología a nuevas áreas.

El liberalismo pelea contra todas las formas de identidad colectiva, en contra de todo tipo de valores, proyectos, estrategias, objetivos, métodos, etc., que son colectivistas o, al menos, no individualistas. Esa es la razón por la cual uno de los teóricos más importantes del liberalismo, Karl Popper (siguiendo a Friedrich von Hayek), sostuvo en su importante libro La sociedad abierta y sus enemigos que los liberales deben luchar contra cualquier ideología o filosofía política (desde Platón y Aristóteles a Marx y Hegel) que sugiera que la sociedad debe tener un objetivo común, un valor común o una orientación común. (Cabe señalar que George Soros considera este libro como su Biblia personal.) Cualquier objetivo, valor y significado en la sociedad liberal –o sociedad abierta– debe fincarse estrictamente en el individuo. Así que los enemigos de la sociedad abierta –sinónimo de la sociedad occidental post-1991 convertida en norma para el resto del mundo– son concretos. Sus principales antagonistas son el comunismo y el fascismo, las dos ideologías surgidas de una misma filosofía de la Ilustración que contenía conceptos no-individualistas centrales –de clase para el marxismo, raza en el nacionalsocialismo y el de Estado nacional para el fascismo). Así que la fuente del conflicto del liberalismo con las alternativas de modernidad existentes, el fascismo o el comunismo, resulta bastante obvia. Los liberales pretenden liberar a la sociedad del fascismo y del comunismo, las dos principales permutaciones del totalitarismo moderno explícitamente no individualistas. La lucha del liberalismo, cuando se contempla como parte del proceso de liquidación de las sociedades no liberales, es muy significativa: adquiere tal significado gracias a la existencia de ideologías que niegan explícitamente al individuo como el valor más alto de la sociedad. Es bastante claro lo que se opone a la lucha: la liberación de su opuesto. Pero aquí no se percibe con claridad el hecho de que la libertad, tal como es concebida por los liberales, es una categoría esencialmente negativa. El enemigo está presente y es concreto. Este hecho confiere al liberalismo un contenido sólido. Aparte de la sociedad abierta existe algo más, y el hecho de tal existencia es suficiente para justificar el proceso de liberación.

Periodo unipolar: la amenaza de implosión

Cuando la Unión Soviética, último rival del liberalismo occidental, se derrumbó en 1991, algunos occidentales como Francis Fukuyama proclamaron el fin de la historia. Ello resultaba bastante lógico: puesto que no había ya un enemigo explícito de la sociedad abierta, no existía más la historia tal y como había ocurrido durante la época moderna, aquella definida por la lucha entre tres ideologías políticas (liberalismo, comunismo y fascismo) herederas de la Ilustración. Estratégicamente hablando, este fue el instante en que acaeció el “momento unipolar” (Charles Krauthammer). El periodo comprendido entre 1991 y 2014, en el centro del cual se produjo el ataque de Bin Laden al World Trade Center, fue la época de dominación mundial del liberalismo. Los axiomas de éste fueron aceptados por los principales actores geopolíticos en su totalidad, entre ellos China (en términos económicos) y Rusia (en su ideología, economía y sistema político). Había liberales y supuestos liberales, aún no liberales o liberales-no-suficientemente liberales, etc. Las excepciones reales y explícitas fueron pocas (como Irán y Corea del Norte). De modo que el mundo se convirtió en axiomáticamente liberal de acuerdo con su ideología.

Este ha sido el momento más importante en la historia del liberalismo. Ha derrotado a sus enemigos pero, al mismo tiempo, esto lo ha perdido. El liberalismo es esencialmente la liberación de y la lucha contra todo lo que no es liberal (existente en la actualidad o cualquiera que tenga el potencial de convertirse en tal). El liberalismo adquirió su significado y contenido reales de sus enemigos. Cuando la elección se presenta entre la no-libertad (representada por sociedades totalitarias concretas) o la libertad, muchos optan por la libertad, entendida no en términos de libertad para qué o libertad de hacer qué… Cuando hay una sociedad no liberal, el liberalismo es positivo. Sólo empieza a mostrar su esencia negativa después de la victoria.

Tras el triunfo de 1991, el liberalismo entró en su fase implosiva. Después de haber derrotado al comunismo y al fascismo, se quedó solo, sin ningún enemigo al cual combatir. Ese fue el momento en que surgieron conflictos internos, cuando las sociedades liberales comenzaron a intentar purgarse de sus últimos elementos no liberales: el sexismo, lo políticamente incorrecto, la desigualdad entre los sexos, los restos de aquellas dimensiones no-individualistas provenientes de instituciones como el Estado y la Iglesia, y así sucesivamente. El liberalismo necesita siempre un enemigo de quien liberarse. De lo contrario, pierde su propósito y su nihilismo implícito se vuelve demasiado preponderante. El triunfo absoluto del liberalismo es su propia muerte.

Este es el significado ideológico de las crisis financieras de 2000 y de 2008. Los éxitos –y no los fracasos– de la nueva economía basada enteramente en las ganancias (el “turbo-capitalismo”, de acuerdo con Edward Luttwak) son los responsables de su colapso. La libertad de hacer lo que quieras, restringido a la escala individual, provoca una implosión de la personalidad. El ser humano pasa al ámbito infra-humano y a los dominios sub-individuales. Y ahí se encuentra con la virtualidad como un sueño de sub-individualidad, la libertad de cualquier cosa. Esta es la evaporación de lo humano que trae consigo el imperio de la nada como la última palabra de la victoria total del liberalismo. El posmodernismo prepara el terreno para lo post-histórico, el autorreferencial reciclaje del sin-sentido.

El Occidente está necesitado de un enemigo

Usted puede preguntarse ahora, ¿qué diablos tiene que ver todo esto con la –presumiblemente– próxima guerra con Rusia? Estoy listo para responder…

El liberalismo ha continuado ganando impulso a escala global. Esto ha sido un hecho ineludible desde 1991. Y ahora ha empezado a implosionar. Ha llegado a su punto final y comienza a liquidarse a sí mismo. La inmigración masiva, el choque de culturas y civilizaciones, la crisis financiera, el terrorismo y el crecimiento del nacionalismo étnico son indicadores de que se acerca el caos. Este caos pone en peligro el orden establecido; cualquier tipo de orden, incluido el liberal. En cuanto mayor éxito alcanza el liberalismo, más rápido se acerca a su fin –el colapso del mundo presente. Se halla aquí la esencia nihilista de la filosofía liberal: la nada como principio interior y ontológico de la libertad de. El antropólogo alemán Arnold Gehlen define al ser humano como un “ser privado” o Mangelwesen. El hombre en sí mismo no es nada. Toma todo aquello que comprende su identidad a partir de la sociedad, la historia, la gente y la política. De modo que si retornara a su pura esencia ya no reconocería nada. El abismo se esconde detrás de los restos fragmentados de los sentimientos, pensamientos vagos y oscuros deseos. La virtualidad de las emociones sub-humanas es un velo muy fino y detrás de ella hay oscuridad pura. Así, el descubrimiento explícito de esta base nihilista de la naturaleza humana es el último logro del liberalismo. Pero este es su fin y el fin también para quienes utilizan el liberalismo para sus propios fines, los beneficiarios de la expansión liberal; en otras palabras, los amos de la globalización. Todo orden se colapsa en una emergencia del nihilismo, el orden liberal también.

Con el propósito de rescatar el gobierno de la élite liberal, es necesario que den un paso atrás. El liberalismo recuperará su significado sólo cuando se enfrente, una vez más, a una sociedad no-liberal. Este paso atrás es el único camino para salvar lo que queda de orden y para salvar al liberalismo de sí mismo. Por este motivo, la Rusia de Putin aparece en el horizonte. La Rusia moderna no es anti-liberal, totalitaria, nacionalista o comunista; ni es todavía demasiado liberal, totalmente liberal demócrata, lo suficientemente cosmopolita o radicalmente anticomunista. Más bien, está en camino de convertirse en liberal, paso a paso y en el marco de un proceso de ajuste gramsciano en la hegemonía global y la posterior transformación que esto conlleva (“transformismo”, en idioma gramsciano).

Sin embargo, en la agenda mundial del liberalismo, representado por Estados Unidos y la OTAN, existe una necesidad de otro actor, de otra Rusia que justifique el orden del campo liberal y auxilie a un Occidente amenazado por sus conflictos internos. Ello retrasará la irrupción del nihilismo profundo del liberalismo para salvarlo de su inevitable final. Esta es la causa de que necesiten desesperadamente a Putin, Rusia y la guerra. Es la única manera de evitar el caos en Occidente y salvar lo que queda de su orden mundial y nacional.

En este juego ideológico, Rusia podría justificar la existencia del liberalismo porque es el enemigo que le daría un sentido a la lucha de la sociedad abierta, le ayudaría a consolidarse y continuar afirmándose globalmente. El islamismo radical, como el que representa al-Qaeda, fue otro de los candidatos para este papel, pero carecía de suficiente estatura para convertirse en un enemigo real. Fue utilizado aunque sólo en una escala local. Justificó la intervención en Afganistán, la ocupación de Irak, el derrocamiento de Gaddafi y el inicio de la guerra civil en Siria, pero es demasiado débil e ideológicamente primitivo como para representar el verdadero reto que necesitan los liberales.

Rusia, el enemigo geopolítico tradicional de los anglosajones, es un oponente mucho más serio. Se ajusta muy bien al papel necesario –la memoria de la Guerra Fría aún está fresca en la cabeza de muchos. El odio a Rusia es muy fácil de provocar por medios relativamente simples. Por esa razón creo que la guerra con Rusia es posible. Es ideológicamente necesaria como el último recurso para posponer la implosión final del Occidente liberal. Es el necesario “one step back”.

Salvar el orden liberal

Considerando las diferentes capas bajo el concepto de una posible guerra con Rusia, sugiero algunos puntos:

1. Una guerra con Rusia ayudará a retrasar el arribo de trastornos a escala global. La mayoría de los países que participan en la economía liberal, que comparten los axiomas y las instituciones de la democracia liberal, que son dependientes o están controlados directamente por los Estados Unidos y la OTAN, van a formar, una vez más, un frente común tras la causa del Occidente liberal en su afán por oponerse al Putin antiliberal. Esto servirá para reafirmar al liberalismo como una identidad positiva en el momento en que esta identidad empieza a disolverse como resultado de las manifestaciones de su esencia nihilista.

2. Una guerra con Rusia fortalecería a la OTAN y, sobre todo, a sus miembros europeos, quienes estarán obligados una vez más a considerar a la hiperpotencia estadounidense como algo positivo y útil –y la vieja postura de la Guerra Fría ya no parecerá obsoleta. Por el temor a la llegada de los rusos “malos”, los europeos volverán a experimentar lealtad hacia Estados Unidos, su protector y salvador. Como resultado, se reafirmará el liderazgo de EE.UU. en la OTAN.

3. La Unión Europea se está desmoronando. La supuesta “amenaza común” de los rusos podría impedir una eventual fractura, movilizando a estas sociedades y haciendo que sus pueblos estén dispuestos a defender, una vez más, sus libertades y valores ante la amenaza de las “ambiciones imperiales” de Putin.

4. La junta de Ucrania en Kiev necesita esta guerra para justificar y ocultar todas las fechorías que llevó a cabo durante las protestas de Maidan en los niveles jurídico y constitucional, permitiéndoles suspender la democracia, con lo que podría evitar que el gobierno del sureste, en su mayoría distritos pro-rusos, establezca su autoridad y un orden nacionalista por medios extraparlamentarios.

Ahora bien, el único país que no quiere esta guerra es Rusia. Sin embargo, Putin no puede dejar que el gobierno radicalmente anti-ruso de Ucrania domine un país con una población que es mitad rusa y que contiene, asimismo, muchas regiones pro-rusas. Si permite esto, estaría liquidado en términos nacionales e internacionales. Así pues, y a regañadientes, acepta la guerra. Y una vez que de inicio, no habrá otra solución para Rusia que ganar dicha guerra.

No me gusta especular sobre los aspectos estratégicos de la guerra que se avecina. Lo dejo en manos de otros, analistas más calificados que yo. En cambio, quisiera plantear algunas ideas respecto de su dimensión ideológica.

Enmarcando a Putin

El significado de esta guerra con Rusia es, en esencia, el último esfuerzo del liberalismo globalizador para salvarse de la implosión. Como tal, los liberales tienen que definir ideológicamente a la Rusia de Putin y, evidentemente, identificar a éste como el enemigo de la sociedad abierta. Pero en el diccionario de las ideologías modernas hay sólo tres iteraciones básicas: liberalismo, comunismo y fascismo. Es claro que el liberalismo está representado por todas las naciones involucradas en este conflicto, con excepción de Rusia (los Estados Unidos, los estados miembros de la OTAN y la Euromaidan / junta de Kiev). Esto sólo deja fuera al comunismo y al fascismo. Por lo tanto, Putin es definido como un “revanchista neo-soviético” que encarna un “regreso de la KGB”. Así es la imagen que se está vendiendo a la clase de público occidental más estúpida. Sin embargo, algunos aspectos de la reacción patriótica que emana de la población pro-rusa y anti-Banderite (por ejemplo, la defensa de los monumentos de Lenin, los retratos de Stalin y los memoriales conmemorativos de la participación soviética en la Segunda Guerra Mundial) podrían confirmar esta idea en la mente de aquel público. El nazismo y el fascismo están demasiado lejos de Putin y la realidad de la Rusia moderna, aunque el nacionalismo y el imperialismo rusos se evocarán dentro de la imagen del gran mal que se está fraguando. En consecuencia, Putin es definido como un “nacionalista radical”, un fascista y un “imperialista”. Una cosa así funciona para muchos occidentales. Bajo dicha lógica, Putin puede ser simultáneamente “comunista” y “fascista”, por lo cual se le describe como un “nacional-bolchevique” [National Bolshevik] (aunque esto resulta un tanto o demasiado complicado para el público occidental posmoderno). Es obvio que, en realidad, Putin no es nada de ello –ni comunista, ni fascista, ni ambas cosas a la vez. En el ámbito de las relaciones internacionales, él es un político pragmático –por lo que admira a Kissinger y, en correspondencia, a Kissinger le cae bien. Carece en absoluto de ideología. Pero se verá obligado a aceptar el marco ideológico que se le ha asignado. No es su elección. Así son las reglas del juego. En el curso de esta guerra contra Rusia, Putin será enmarcado de este modo y ese es el aspecto más interesante e importante de tal situación.

La principal idea que los liberales intentarán impulsar para definir ideológicamente a Putin es que representa una sombra del pasado, como un vampiro: “A veces vuelven”. Esa es la razón de ser de este intento para evitar la implosión definitiva del liberalismo. El mensaje principal es que el liberalismo continúa vivo y vital porque hay algo en el mundo de lo que todos debemos ser liberados. Rusia se convertirá en el objeto del que deben ser liberados. La meta inicial es liberar a Ucrania y, enseguida y por extensión, a Europa y el resto de la humanidad, una humanidad que se verá representada como bajo la amenaza de Rusia; al final se dirá que la misma Rusia se halla en la necesidad de ser liberada de su propia identidad no-liberal. De esta manera, tenemos ahora un enemigo. Este enemigo concede al liberalismo, una vez más, su raison d’être. Rusia se ha definido así como un rival del pasado pre-liberal arrojado al presente liberal. Sin tal desafío, no hay más vida en el liberalismo, no hay más orden en el mundo y todo lo relacionado con él se disolverá e implosionará. Gracias a tal reto, el postrado gigante de la globalización adquiere nuevo vigor. Rusia está aquí para salvar a los liberales.

Aunque para que esto suceda, Rusia está siendo ideológicamente definida como pre-liberal. Debe ser comunista, fascista o, quizá, una Rusia nacional-bolchevique. Esa es la regla ideológica. En consecuencia, en la lucha contra Rusia o en las consideraciones de luchar o no luchar contra ella, hay una tarea de fondo: enmarcar ideológicamente a Rusia. Y se hará tanto al interior como desde el exterior. Tratarán de forzar a Rusia a aceptar el comunismo o el nacionalismo extremo o, simplemente, tratarán a Rusia como si encarnara estas cosas. Es un juego de definiciones.

Rusia post-liberal: la primera guerra de la Cuarta Teoría Política

En conclusión, lo que propongo es lo siguiente:

Necesitamos contrarrestar conscientemente cualquier incitación a enmarcar a Rusia como un poder pre-liberal. Tenemos que rechazar cualquier consentimiento ante la posibilidad de que los liberales puedan salvarse del final que se acerca rápidamente. En lugar de colaborar retrasando ese fin, debemos acelerarlo. Con este propósito, tenemos que presentar a Rusia no como una entidad pre-liberal sino como una fuerza revolucionaria post-liberal que lucha por una alternativa de futuro para todos los pueblos del planeta. La guerra rusa será no sólo a favor de sus intereses nacionales sino que impulsará la causa de un mundo justo multipolar, por una dignidad real y una verdadera y positiva libertad –no la libertad de (nihilista) sino la libertad para (creativa). En esta guerra, Rusia será ejemplar como defensor de la tradición, los valores conservadores orgánicos y representará la verdadera liberación ante la sociedad abierta y sus beneficiarios –la oligarquía financiera mundial. Esta guerra no es contra los ucranianos o, incluso, contra una parte de la población ucraniana. Tampoco es contra Europa. Es contra el (des)orden liberal del mundo. No vamos a salvar el liberalismo por sus proyectos. Vamos a eliminarlo de una vez por todas. La modernidad siempre fue esencialmente errónea: hoy estamos en el punto terminal de esa modernidad. Para quienes la modernidad y su propio destino son sinónimos –o para quien dejó que ocurriera inconscientemente–, esto significa el fin. Pero para aquellos que están del lado de la verdad eterna y de la tradición, de la fe y de la esencia humana espiritual e inmortal, será un nuevo comienzo, un comienzo absoluto.

La lucha más importante de la actualidad es la lucha por la Cuarta Teoría Política. Es nuestra arma y con ella vamos a evitar la realización del deseo de los liberales por enmarcar Putin y Rusia a su manera. Así, reafirmaremos a Rusia como el primer poder ideológico post-liberal luchando contra el liberalismo nihilista en aras de un futuro abierto, multipolar y genuinamente libre.

 

© Open Revolt!


Posted: August 25, 2014 at 10:29 pm

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