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Eufemismos “terapéuticos”- Sobre el uso del lenguaje periodístico

Eufemismos “terapéuticos”- Sobre el uso del lenguaje periodístico

Robert Fisk

Parte de mi campaña contra los periodistas, o algunos de ellos, se debe al uso de las palabras, o tal vez debería decir, del uso cobarde de ellas. Tomé la decisión de hablar de este tema porque la jerga de los medios también tiene que ver con el uso antropológico de las palabras. Palabras terapéuticas, palabras suaves que tienen signifi cados “modernos”, pero no dicen nada. Esta cita pertenece a un artículo que escribí no hace mucho para el periódico The Independent:

En una ocasión me pidieron que hablara en la Universidad de la Excelencia. No recuerdo con exactitud en dónde estaba ubicada, creo que en Jordania, y recuerdo también que el tema sugerido era tan incomprensible para mí como lo hubiera sido para mi público. Invitación rechazada. Esta semana recibí otra petición para ser parte de un grupo de gente que lleva a la práctica los asuntos éticos y comparte sus experiencias con respecto a ellos. ¿Qué diablos significa esto?¿Por qué la gente escribe así? Invitación rechazada. La palabra “excelencia” ha sido devaluada por el mundo corporativo. Su expresión favorita ha sido “calidad y excelencia” aunque yo no veo por qué son diferentes. Pero ésta, además, continuamente viene acompañada por una especie de misión que reclama una manera de darse importancia. Hay algo que encuentro repulsivo acerca de este vocabulario: un lenguaje belicoso con aires de superioridad dentro del cual, los actores principales pueden interactuar entre ellos o impactar a la sociedad. Ellos necesitan “subcontratar” personal para sus empresas o “reducir el tamaño de” empleados, necesitan“retroalimentarse” o escuchar “aportaciones”. Tienen un “lugar de trabajo”, no un escritorio, necesitan “un espacio personal”, necesitan “estar solos” y a veces necesitan “tiempo y espacio”, un producto o artículo muy necesario cuando los matrimonios están fallando.

Estas mentiras y obcecaciones son irritantes. “Reducir el número” de empleados significa correrlos, “subcontratar” significa contratar a alguien más para hacer el trabajo sucio, “retroalimentación” significa respuesta, “aportación” significa consejo, “pensar fuera de la caja” significa ser imaginativo. “Ser un elemento clave” es una forma de auto engrandecerse y esa es la razón por la que nunca acepto dar una conferencia magistral, especialmente si esto se traduce en un taller de trabajo. Para mí, un taller de trabajo significa lo que dice. Cuando iba a la escuela, los talleres eran carpinterías en donde generaciones de maestros trataban de enseñar en vano cómo construir una silla de madera o una mesa que no se cayera apenas quedara terminada. Pero ahora un taller es un grupo de tediosos académicos verborreando en el idioma secreto de la antropología o hablando de “sensibilidad cultural” o “cosas esenciales” o los “tropos”. Supuestamente este es el mismo idioma humanitario que se usa en la ONU. Una de mis historias favoritas fue cuando esta institución etiquetó a una familia de refugiados —los cuales son entrenados, por cierto, para aconsejar a otros refugiados sobre lo que la ONU necesita que hagan. En uno de los campamentos de afganos en la frontera con Pakistán, y a pesar de la inestabilidad y el salvajismo que se desarrollaba en Afganistán, la ONU intentaba regresar a las familias a su país. Contrataron a esta familia, a la que por cierto le pagaban una miseria, y le indicaron que su trabajo era regresar a todos los refugiados a Afganistán. Al contratarlos, la ONU los llamó “alentadores sociales”.

Quién, me pregunto, inventó el pseudo verbo transitivo “estresado”. En 1991, al norte de Irak, el consejo de seguridad me dio la orden de evacuar la única habitación que pude encontrar en el pueblo de Zako, porque había sido previamente reservada por un grupo de colegas que estaban estresados. Pobres almas, pensé, estaban estresados. Desgastados. Tratando sin duda de conciliarse con tal predicamento. Tratando de lidiar con el problema. Este es el idioma de la terapia, con la que los fraudalentos, mentirosos y tramposos siempre están tratando de escapar. Así como los portavoces del gobierno de la época de los noventas dijeron que estaban buscando cerrar el círculo. Apuesto a que así fue. Como tantos políticos falsos, como nuestros maestros en psicocharlatanería. Aquí hay un problema de semántica. Anunciar, después de la guerra, que es tiempo de recuperación y curación, es la misma prescripción que se les da a las familias que son “disfuncionales”, que viven en un mundo “atrofiado”. Esta es una buena palabra, se encuentra en el espectro opuesto de la palabra “utopía”, pero como las palabras “percibir” y “percepción”, está de moda porque es enigmática.

Algunas de las frases nuevas más populares son “punto de consenso” o “punto de inflexión”, tan usadas para los conflictos del Medio Oriente, cuando el enemigo está cerca de perder. Antes confundía el concepto de “adhesión” con el de “cautiverio”. Antes pensaba que la palabra “aumento” era perfectamente aceptable hasta que descubrí que en una división de las fuerzas armadas del pentágono, Irak sufriría un “aumento” de violencia hasta que tropas nuevas llegaran a Bagdad.

Todo esto es diferente de los no sectarios o descerebrados quienes ahora tienen que seguir adelante. O los problemas lingüísticos por los que tenemos que pasar en Inglaterra para no ofender a los londinenses que hablan cockney. O como esta pobre gente de Detroit, que no hace mucho tiempo, aterrorizados por el temor de provocar alguna trepidación lingüística, me desearon felices fiestas en lugar de feliz Navidad.

¿De verdad esto importa?, le pregunté a un productor de televisión Irlandés. Me temo que sí, porque ya no usamos las palabras, las utilizamos. Hablamos buscando un efecto, en lugar de buscar un significado. Nos estamos volviendo como esos niños que no les importa ver una película en la pantalla de un cine o en sus celulares, como lo describió el New Yorker, nos estamos convirtiendo en agnósticos tecnológicos, vivimos sin dios electrónico.

Hablo de esta situación con las palabras porque me parece que estamos viviendo en el idioma de la irrealidad. En cierto sentido este lenguaje de irrealidades hace más difícil aún poder hablar de la realidad de los eventos importantes o los muy trágicos, incluso. Constantemente cubrimos esos hechos cuando los encerramos entre signos de interrogación.

Cuando sucedió lo de septiembre 11, yo me encontraba sobrevolando el Atlántico. Cuando finalmente pude estar frente al televisor, vi caer las torres gemelas una y otra vez hasta que la CBS, CNN y BBC me sacaron del sopor. Querían saber cómo es que con exactos y cuchillos habían podido hacer caer edificios y aviones. En el momento que traje a la discusión la pregunta por qué, de inmediato me detuvieron y me pidieron que regresara a la cuestión de cómo lo habían logrado. Allí había un problema. En ese momento yo estaba en contacto con un profesor de Harvard: Alan Dershowitz en un programa de radio irlandés. Dije que necesitábamos plantear la pregunta por qué. Él me contestó: “Sr. Fisk, preguntar por qué es estar a favor de los terroristas. Usted es antiamericano y eso es lo mismo que ser antisemita”. Esa fue su respuesta exacta; y yo entendí el mensaje de inmediato. Si preguntas por qué, eres Nazi. Fue un momento del que aprendí mucho.

Cuando se comete un crimen internacional, lo único que se nos prohíbe es buscar la causa. Qué extraño. Tan extraño como que hay árabes y vienen de un lugar llamado el Medio Oriente. ¿Hay algún problema allá? Porque cualquier discusión seria debería incluir una discusión sobre las relaciones entre EU e Israel, los árabes, la tan mentada “neutralidad en el proceso de paz” y las cuestiones sobre la injusticia. Estos temas estaban excluidos. Busqué en la prensa norteamericana e inglesa y me dejó temblando la desemantización del conflicto y la tragedia. En varias ocasiones escuché a los periodistas hablar de Collin Powell cuando dio la orden de no usar la frase “territorios ocupados de Gaza”, sin referirse a ellos como “territorios en disputa”. Los periodistas norteamericanos adoptaron la expresión de inmediato. Lo mismo sucede en las colonias judías de West Bank o, como los llaman ahora, los “vecindarios”. Asimismo con el muro, el cual, por cierto, es más alto y largo que el muro de Berlín, pero la gente se refiere a él como la “barda” o la “barrera de seguridad”. Así que ahora usamos el lenguaje germano para la guerra de Israel.

Ahora bien, es importante señalar que estoy en contra de cualquier acto de violencia, pero si en una fotografía o en el cine aparece un palestino aventando una piedra a un soldado israelí y sabes que su territorio está ocupado y que los israelitas están construyendo en territorio árabe ilegalmente, puedes ver claramente por qué aventó una piedra. Pero si esto es meramente sobre la disputa de una barda en un jardín, entonces claramente cualquier persona que aviente una piedra, se convierte en un protagonista de violencia genérico. Estamos confundidos por un periodismo cobarde. Nosotros los periodistas tenemos la capacidad de hacer que nuestras palabras sean letales y desemantizamos la realidad del medio oriente. ¿Será que lo hacemos en parte porque muchos reporteros optan por la carrera de periodismo como un trabajo más? Como ser abogado, chofer, etc. Todo lo que pido es que exista la vocación, que el periodismo sea algo más que un simple trabajo. Y somos cobardes. Sabemos que si criticamos a los árabes recibiremos cartas de los embajadores y monarcas del medio oriente. Peor aún, si criticamos a los judíos seremos juzgados como antisemitas. Y eso, cuando es dirigido hacia un periodista decente y honorable, o quien sea la persona que use su derecho de criticar a cualquier ofensor, es vergonzoso, escandaloso. Hay muchos antisemitas en el mundo. Los he enfrentado y todos debemos estar en contra de ellos. Pero este término jamás debe ser usado en personas honorables. Los periodistas de Occidente están tan aterrados que, siendo justos, la prensa israelita expresa mejor la verdad de lo que está sucediendo en West Bank que mis colegas.

Cuando uno lee a Haretz, a Amira Hass, Gideon Levi, periodistas admirables, uno se informa mejor y advierte que no tienen un equivalente en la prensa occidental ni en ningún otro lugar fuera de Israel. Y esto hay que recordarlo siempre, porque a pesar de su miedo, ellos escriben y uno logra enterarse de los hechos.

Trato de no trabajar para la televisión y estar lo más alejado de ella: comporta una carga letal muy fuerte. Si ustedes vieran lo que yo veo en los campos de batalla (y no soy un corresponsal de guerra, sino del Medio Oriente), jamás en sus vidas volverían a apoyar una guerra justa.

Uno tiene que acudir a la ficción para tener una idea de lo que es la guerra, y la ficción no se acerca a lo que yo he visto. La guerra se presenta como un arenero sin derramamiento de sangre y eso es lo que nuestros líderes y muchos periodistas desean. Presentando la guerra como algo que puede estar envuelto con una ética, la guerra se vuelve una opción política viable. Este es el sistema que usaba Blair.

La lectura de una carta de un soldado norteamericano en Ramadi me sacudió y la quiero compartir porque quiero mostrar lo elocuente y honorable que puede ser un soldado —más que cualquier periódico— cuando relata una breve historia acerca de Irak. Este es un párrafo de la carta que fue escrita unos días antes de ser herido por una bomba que cayó al lado del camino por dónde él transitaba: “Aquí en Ramadi, la división ha volcado cientos de miles de dólares en una fábrica de vidrio que no trabaja. Se necesitarán millones de dólares para rehabilitarla y modernizarla. Se supone que hay 2500 trabajadores iraquíes, pero no tienen nada que hacer y muchos de ellos llegan a diario, se sientan en sus oficinas mientras se les entrega computadoras nuevas y muebles. Ocasionalmente, asisto a las reuniones con los jefes para ver la manera de aminorar el conflicto en los asuntos de seguridad y explorar los territorios. Es como caminar por una empresa de ficción que existe sólo en un mundo relativo a la ficción. Pudiera ser la venganza de Kafka. La mayoría de las habitaciones están vacías pero se conservan como ha sido conservada la capa de polvo que las cubre. Algunos cuartos contienen a un hombre frente a un escritorio en un espacio desolado demasiado grande para él. Es como si Pompeya estuviera siendo lentamente reocupada y como si nunca hubiese sido enterrada. Me paré afuera sobre un montículo de vidrios rotos, fragmentos de ventana, cristales en añicos esperando a ser procesados. Las ventanas de la ciudad alguna vez fueron vertidas y cortadas en este lugar. Más de lo que ha sido roto debe sobrevivir. El cristal no puede repararse una vez que se ha enfriado, solo las fuerzas que se funden y fallidos linderos afilados se combinan de nuevo en una masa, pero los calderos aquí están rotos. Estos cristales están hechos de arena. Un desierto invisible nace por el reflejo. Un rayo solar impregna la pila debido a una capa de polvo. Pero los pedazos se fracturan aún más y se deslizan debajo de mis pies con el sonido de la destrucción. Camino por ventanas, sin poder ver la tierra”.

Esto no se lee o se ve en televisión


Posted: April 15, 2012 at 6:02 pm

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