Flashback
Francia en el horizonte

Francia en el horizonte

Adolfo Castañón

Beaugency, una pequeña ciudad del distrito de Orléans, en el centro de Francia, fue el sitio donde Adolfo Castañón se enteró de los atentados contra la revista Charlie Hebdo. Nos hizo llegar el poema que aquí publicamos, acompañado de otro texto, una carta quizá premonitoria, que hace más de una década apareció en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica. Con su autorización publicamos también aquella misiva a la poeta Elsa Cross. 

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Poema desde Beaugency 7 enero 2015

CARTA DE PARÍS

Esperé a Elsa Cross en la fuente de Polifemo, en el Jardín de Luxemburgo. El cuerpo impalpable de la luz se filtraba entre la fronda y las palomas bebían y se bañaban en la fuente. Cuando la vi llegar, saltó mi corazón de alegría, de alborozo hacía mucho tiempo no sentido. Más como una prenda o un recuerdo que como una invitación a leer, le entregué mi libro y le expliqué las casualidades que habían acompañado hasta ese momento su publicación: la historia del título, con Fabio, que presentó a Vuelta no “La gruta tiene dos entradas”, pero casi: “Las dos puertas de la caverna”; la historia de Biarritz a donde llegué a encontrarme con una roca de la virgen que tiene en su seno una gruta con dos entradas, como la portada que lleva un detalle de La virgen de las rocas de Leonardo. Le pregunté a Elsa si quería llevarse el libro o prefería que se lo dedicara mejor, más adelante, en México.

—¿Por qué no me lo dedicas y te lo llevas de regreso?

—Yo, mujer, mejor llévatelo a la India. Llévatelo hasta el Ashram y dáselo a la Gurumayi (Swami Chidvilasananda), y que el libro se quede allá, en la entrada. ¿Entonces… vamos a caminar?

Y dimos un gran paseo que fue también una gran conversación, desde el Boulevard Saint-Michel hasta el Quai D’Orsay, pasando por El perdón de Jankelevitch, las dietas vegetarianas y los mejillones al vino blanco de León de Bruselas, y sin detenernos demasiado en la crisis de la familia. De ahí enderezamos hacia el Parc Monceau en homenaje a Alfonso Reyes. El Parque Monceau tiene algo de templo abierto y de lugar sagrado. Recorrimos sus avenidas, México adentro, transitando por nuestro país real, nuestro país de mentiras, nuestro país que cultiva la vida como un arte pero donde la verdad está en otro lado, el país de las castas, de las razas acalladas y de las ambigüedades donde se habla mucho de lo que no se cree y se calla lo que se sabe. Frente a las columnas griegas del jardín Monceau le hice a Elsa una pregunta que, tal vez formulada de otra manera, le había soportado Alfonso Reyes a Francisco García Calderón: ¿la democracia latina donde sólo tienen derecho de voto los césares: nos lleva necesariamente a ser autoritarios? ¿Puede haber un caciquismo bueno y blando? ¿No hay formas alternativas de integrarse a la industrialización? Hacíamos estas preguntas siguiendo con nuestros pasos otra corriente alterna —la de los niños y los ancianos que con repentina espontaneidad cambiaban el sentido de su marcha—, las hacíamos el día de San Jerónimo, patrón de nosotros los traductores, mientras la luz caía lentísima y hacia presentir, risueña, a los dioses de nuestro alrededor. Las jóvenes madres habían sacado a pasear a sus bebés; un señor llevaba a la espalda en una especie de jaula hecha de tela plástica a su gato, encantado con el paseo; el tronco de la sativa atropurpurea brillaba como seda. Guiados sin duda por el espíritu de Álvaro Mutis, nuestros pasos nos conducían hacia la Iglesia de San Pedro el Grande, la magnífica catedral ortodoxa que esconde detrás de sus puertas un templo, un lugar sagrado, un pozo de silencio, noria excavada en el tiempo por un muro de velas y de oración, de incienso y vigilia vigilante como la de aquellos hombres vestidos de negro que ahí en el interior de la iglesia estaban sentados, inmóviles y con la mirada fija, acechando la aparición del silencio que brotaba de ese sitio como un manantial intacto y puro. iglesia_san_pedro_carmona_grande                                                                                                        Elsa tuvo la intención de quitarse los zapatos, acostumbrada a trasponer el umbral más allá de cierto sitio; afuera el crepúsculo caía con la densa discreción de la nieve y era como si la hospitalaria oscuridad de aquel templo empezara a apoderarse del mundo y éste quedara de nuevo recogido bajo el manto de la inmensa Teotokós. Resultaba que Elsa, en su Matamoros natal, había conocido a algunos rusos prófugos de la Revolución de octubre: una nana y una especie de tío-abuelo, un varón cincuentón que había reconocido en la joven y virginal madre de Elsa —cuando todavía no lo era— el rostro de la novia que habían asesinado las tropas zaristas al secuestrar a la familia real de la cual ella había sido una de las recamareras. Y así, meditativos y tacitibundos, con el alma aliviada, relajada por el silencio del templo, bajamos por la avenida Wagram y luego Campos Elíseos iluminados por una serie de luces trémulas y verdosas que bañaban a los frágiles árboles de irreal fosforescencia. Seguimos bajando por el pensamiento ortodoxo ruso, la filocalía, los padres del desierto y la oración incesante, los hesicastas, Paul Evodokinov y sus libros sobre Gogol y Dostoyevski y sobre el Sacramento del Amor. ¿Por qué Roma se habría empeñado en perder su fuerza mística? ¿Y Cristo no había muerto por segunda vez en manos de Constantino? Ya habíamos dejado atrás el Gran Palais, Señor Jesucristo, el Obelisco y la Concordia: ten piedad de mí; l’Orangerie, de mí que sólo soy un pecador, un puente sobre las aguas nocturnas del Sena iluminado por el oro y la plata. Thy face is a river with lights, Hijo de Dios, a lo lejos Nôtre Dame, la torre de Châtelet, ten piedad, la ciudad hirviendo de pequeños automóviles atareados y ruidosos, sólo un pecador, y más allá, como un globo iluminado, la bóveda de la estación-museo d’Orsay, ten piedad, la casa del poeta y sus problemas prácticos, un pecador, Aloysius Bertrand, el poema en prosa como una cuestión tipográfica, diecisiete años de ser vegetariana, Gurumayi exigiendo a los fieles del Ashram que caminaran y movieran la energía, la meditación en movimiento, las monjas enclaustradas de por vida caminando en círculo alrededor de un claustro en la Antigua, Guatemala (era día de San Jerónimo) y Montaigne girando en su torre de diez metros de diámetro, de mí que sólo soy un pecador. Para mí, ala de raya con alcaparras y para ella un plato de vegetales hervidos, cenábamos en un restaurant portugués y la vida era rosa como el fresco Anjou en nuestros labios. Nos habíamos encontrado en París, cada quien en un punto de su camino, a la salida de un túnel para luego seguir por la galería. Algún día acaso volveríamos a caer (and we went down) por la resbaladilla de ciudad y memoria. Quai de la Seine, Île Saint-Louis, pray for me, algún día a la orilla de otro río, en Bombay, wash me away y si no en México, nessun maior dolor, nuestro país verdadero, nuestro país de mentiras, en las filas del ejército invisible. Algún otro día, a pie, como el anónimo peregrino ruso, a pie como los cruzados o los soldados de Napoleón que se pasaban el invierno caminando, o los mexicanos que bajaron nómadas hacía el maíz desde las Siete Cuevas o que atravesaron a pie siete mil leguas del país durante la Revolución, a pie, ten piedad, como tantos emigrados en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial taloneando Europa de punta a estrecho bajo el frío, soy un pecador, y el sol, Hijo de Dios, bajo la lluvia.

En una caminata de poder, aunque no como aquellas que prescribe por ahí Don Juan, kilómetros en cuclillas, sino una más modesta, entre las sombras, guiados por el espectro de Palinuro desde el río, atravesando calles y recuerdos, anudando en la memoria el parque Monceau y la visita con lluvia y relámpagos a la tumba de Gérard de Nerval, los Jardines de Luxemburgo con un filosófico Polifemo y el crecimiento del Islam, las oleadas de árabes que harán de Francia el más boreal de los califatos.  

Adolfo-Castau00F1u00F3n-640x300Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Su libro más reciente es El sueño de las fronteras (UV, 2014).


Posted: January 23, 2015 at 1:55 am

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