Interview
Lo eterno vive de lo efímero. Una conversación con Eugenio Montejo

Lo eterno vive de lo efímero. Una conversación con Eugenio Montejo

Wendolyn Lozano Tovar

Eugenio Montejo nació en Caracas, Venezuela, en 1938. Ha sido editor y diplomático. Es autor de los siguientes libros de poesía: Élegos (1967), Muerte y memoria (1972), Algunas palabras (1976), Terredad (1978), Trópico absoluto (1982), Alfabeto del mundo (1986), Adiós al siglo XX (1992), Partitura de la cigarra (1999) y Papiros amorosos (2002). Asimismo, ha publicado dos colecciones de ensayos: La ventana oblicua (1974) y El taller blanco (1983), así como varios cuadernos de escritura heteronímica, entre los que figuran: El cuaderno de Blas Coll (1981), Guitarra del horizonte por Sergio Sandoval (1992), El hacha de seda por Tomás Linden (1996) y Chamario por Eduardo Polo (2004). Antologías de su obra poética han sido publicadas en Brasil, España, México, Bogotá, Londres, Caracas y Valencia. En 1998 le fue concedido el Premio Nacional de Literatura en Venezuela y en 2004 el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo en México. Los poemas que acompañan a esta entrevista pertenecen a Geometría de las horas, antología realizada por Adolfo Castañón, recientemente publicada por la Universidad Veracruzana.

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Wendolyn Lozano Tovar: La musicalidad cobra importancia en su poesía, con mayor énfasis en La partitura de la cigarra (1999). Me comentaba antes que ha experimentado cierto jamais vu con música que lo lleva a recordar cosas que en verdad no le han sucedido. ¿Cómo lo acompaña la música en su quehacer poético?

Eugenio Montejo: Creo que el poema debe partir de una música que, por así decirlo, guíe la significación de las palabras, que interfiera en el significado de éstas y lo modifique hasta crear una representación distinta. En todo verdadero logro poético la música cumple una parte importante. Tal vez sea necesario repetirlo ahora pues desde comienzos del pasado siglo se acentuó cierta “cerebración progresiva”, que ha antepuesto las deducciones del intelecto a la necesidad de una armonía verbal. Ahora bien, rozamos aquí un asunto que no se deja simplificar fácilmente. Una música estereotipada basta para matar un verso. El aporte musical de un poema ha de ser parte indiscernible de su hallazgo, al punto que no se pueda hablar de una música y un significado en solitario, sino que ambos resulten ser, por obra del poema mismo, una misma cosa. Mi maestro Blas Coll decía que “la poesía no es verdad ni es mentira, sino lo que diga su ritmo”. Cuando se comprueba el hallazgo, sea en un poema propio o ajeno, puede ocurrir que su lectura nos induzca a acordarnos de cosas que nunca nos han sucedido.

WLT: Su poesía es una celebración de la vida y del instante presente. ¿Hacia dónde torna los ojos Eugenio Montejo, hacia lo eterno o hacia lo efímero? ¿De dónde surge su “Pavana para una dama egipcia”?

EM: Creo que el sentimiento del tiempo ha marcado todo lo que he intentado escribir. Me refiero a la percepción de nuestra efímera y frágil existencia y a la impermanencia de cuanto nos rodea. Nada existe aquí que al momento siguiente no pueda ser distinto. Siempre he pensado que el sentido de percepción del tiempo varía de un ser a otro, y que en algunos se aguza con un registro casi superior al de sus sentidos naturales. Los místicos resaltan siempre la importancia del ahora como lo único nuestro, el ahora, esa palabra que más que cualquiera otra de nuestra lengua debería ser monosilábica.

El poema “Pavana para una dama egipcia”, como otros que he escrito, se confronta con estas afirmaciones que apunto arriba. Se nutre de una visión circular del tiempo, por eso afirma que “con ver la tierra allá a lo lejos, roja, / flotando en el abismo sin nosotros / se aprende casi todo”. El tiempo de nuestras postrimerías, en que erramos desasidos de todo, ya parece haberse vivido o soñado y las palabras lo anticipan. El poema cierra con una alusión a ese dios que espera siempre a la puerta con su cara de pájaro, el venerado Toth, el dios egipcio de la escritura.

WLT: Cavafis, el “poeta de la historia” como usted lo ha llamado, además de rescatar la memoria va en pos del conocimiento como va Ulises hacia Ítaca. ¿Podría decirse que Eugenio Montejo es un poeta que viaja hacia sí mismo?

EM: Cavafis es un gran poeta, un creador que ciertamente dialoga poéticamente con la historia, lo cual viene a ser un recurso para acentuar su devoción por la memoria. Es también, como se ha dicho, un poeta de la vejez, un hombre que madura plenamente antes de manifestarse, y que desconfía casi maniáticamente de cualquier intento precipitado de publicación. Todos estos son rasgos que lo definen, pero que no nos explican sus hallazgos, me refiero a la escritura de algunos poemas que se han vuelto símbolos definitivos de toda una época. Finalmente, en cuanto a mí, guardando las proporciones, no sé a cuál Ítaca viajo, ni si ésta se encuentre dentro o fuera de mí mismo. El caso es que vivimos tiempos de mayor peligro que los de Cavafis, tiempos de amenaza atómica, y ello cambia el sentido del viaje y hasta la brújula de que nos valgamos. Como dice Álvaro Mutis, la verdadera brújula es el dolor y el sufrimiento para poder orientarse ante las situaciones y los acontecimientos.

WLT: Si nuestro cuerpo es furtivo y “es a medias tuyo, a medias mío y de la tierra”, considera usted que estamos hechos de lo que el Cosmos está hecho?

EM: Sí, ya los antiguos hablaban de la correspondencia entre el macro y el microcosmo. Sin embargo, el poema dialoga con otra verdad, aquella que afirma que “una parte de la vida está en nuestras manos y la otra no”, como decía Epicteto. La poesía viene a ser un diálogo entre la parte de la vida que poseemos y aquella que no sabemos dónde se encuentra, un diálogo con el misterio. Y ese misterio se comprueba en el amor, los asombros, la memoria, la muerte y en todos los hechos de nuestra vida.

WLT: Ese duende que lo ha acompañado en su juventud, ¿qué le decía? ¿Qué le sigue diciendo usted a ese joven Montejo que de noche escribía poemas?

EM: Su pregunta se refiere al poema “El duende”, el mismo que abre mi último libro y que ha sido publicado y leído en México en forma anticipada. El poema nació de un encuentro con una vieja calle donde ciertamente viví un tiempo. Desde el balcón de un edificio que entonces habitaba solía escribir por las noches. Sentí que, con el paso de las cuatro décadas transcurridas ya no era yo ciertamente el mismo que regresaba, sino el viejo duende de aquel muchacho, el que estaba con él entonces agazapado en los pliegues del futuro. ¿Qué le decía? Los duendes, más que hablar, miran siempre en silencio, aunque algo delata su invisible presencia. Por lo demás, el poema tiene tres partes, aunque allí se haya dado a conocer sólo la primera. En la tercera parte la voz del poema la asume el duende directamente.

WLT: Su poesía del ser y renacer de vidas antepasadas y futuras convergen en una (“luz al fondo de sus ojos”). Si su mayor deseo fue nacer y cada vez aumenta ese deseo, ¿de dónde proviene su motivación vital?

EM: La primera parte de su pregunta concierne a la visión circular del tiempo, por oposición al tiempo lineal que ha prevalecido en la cultura de Occidente. En cuanto a la segunda, la remitiría a unos versos de otra Pavana, donde se lee: “Pavana para mi vida aquí en la tierra / en esta tierra que no atormenta tanto con la muerte, / sino con la belleza.”

Dicho en otras palabras, el asombro ante la belleza del mundo es el que retiene al hombre sobre la tierra y le estimula todos sus emprendimientos. De una tierra más bien lóbrega, sin colores, sin árboles ni pájaros, sería más fácil desprenderse.

WLT: Si “un solo amor puede salvarlo todo”, ¿podría la poesía salvar al amor?

EM: El penúltimo poema de mi libro Papiros amorosos abre con ese verso. El poema se llama “Anillo”, pues comienza y termina por el mismo verso. Cierta vez, un periodista, al interrogarme, me dijo si no me parecía demasiado obvia la afirmación allí contenida. Le dije que reparara en que abre y termina la secuencia del poema; puede parecer al principio una trivialidad, como casi todas las palabras que convoca el amor, pero está escrito de modo que el lector se interrogue al término de su lectura si aún le parece trivial. Me pregunta finalmente si la poesía puede salvar al amor. Pues creo todo lo contrario: es el amor el destinado a salvar la poesía en todas las épocas. Y aún en la difícil e incierta época que vivimos.


Posted: April 7, 2012 at 8:46 pm

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