Essay
Cocaína y democracia

Cocaína y democracia

Paul Medrano

Cuando el señor de Correos de México me entregó el paquete que traía CeroCeroCero subí al Twitter una foto de la portada. Casi de inmediato Mun Raider (aka @munraider) comentó con sarcasmo que seguro el libro hablaría sobre lo mala que es la cocaína. He de reconocer que yo también lo pensé. Nos equivocamos.

Al contrario, CeroCeroCero (Anagrama, 2014), de Roberto Saviano, habla sobre las descomunales ganancias de la cocaína; de la importancia de esta droga para erigir democracias  y de las ventajas para la vida moderna. Nos describe sus usos, sus provechos, sus procesos o sus periplos para llegar a nuestras fosas nasales. Destaca la motivación laboral que otorga la droga que cada día gana más y más adeptos.

Me explico: Atrás quedó la figura del yonqui recluido en una covacha, metiéndose mierda hasta morir. El adicto actual debe ser capaz de ir a misa; de presenciar una clase; de cumplir con sus deberes laborales o asistir a sus compromisos familiares. No hay de otra.

He hecho periodismo por más de 10 años. No me parece el oficio más hermoso del mundo, como decía García Márquez. Lo percibo, eso sí, como uno de los trabajos con más libertades. He estado en redacciones de periódicos con mi sangre atestada de sustancias: alcohol, mariguana, carnitas, piedra, pozole, tacha, camarones y una vez, sólo una, resistol.

Para todas las anteriores sólo hay dos caminos: renunciar o cocaína. Ninguna sustancia (consomé, agua mineral con limón, café cargadísimo, salsa picante, refrescos o bebidas energéticas) te sacará del marasmo. Sólo la coca te regresará, cuando menos por unos momentos, la lucidez necesaria para cumplir con tu compromiso. El resto depende de ti y de tu aparato cardiovascular.

Esta y otras “virtudes” son mencionadas en CecoCeroCero. Pero también, Saviano nos cuenta el origen de los distribuidores, de cómo escalan los precios según la distancia y las ganancias de este gigantesco negocio que parece no tener fin. Apunta, por ejemplo, que en 2012, si cualquiera de nosotros hubiese invertido mil euros en Apple, al final del año habría tenido mil 670 euros extra. Nada mal. “Pero si hubieras invertido mil euros en coca, al final tendrías 182 mil euros”. Negociazo.

Para entender a cabalidad esta estratosférica ganancia, debemos ir al clorhidrato de cocaína: a medida que se aleja de su lugar de origen (Centroamérica), aumenta su precio y disminuye su calidad. Con calidad me refiero al número de rebajes a los que se le ha sometido: es decir, 100 gramos de cocaína (que ya no es pura, porque la recibimos, por ejemplo, en Guatemala) la mezclamos con 100 gramos de maicena (aunque también se usa aspirina, talco, efredrina, yeso o harina) y obtenemos 200 gramos de producto. La cantidad de mezclas disminuirá su potencia: pero el adicto rara vez notará esta falla y de hacerlo, no hay una Procuraduría del Cocainómano para su defensa. Lo caido, caido, dirá el dealer. Una manera rápida de calar su potencia es lamer el meñique, rozar el polvo y ponerlo en la punta de la lengua: entre más pura, más rápido entumecerá este músculo y dejará un sabor amargo en la boca.

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Coca

De este modo, no es lo mismo la coca en Acapulco, que en Puebla, Guadalajara o Torreón. Pero además del sabor, lo que también cambia es el precio, entre más lejos de Colombia, será más cara.

Hace unos 7 años años, cuando conocí a Élmer Mendoza, hablamos sobre el asunto del narco. Recuerdo muy bien su teoría: la guerra contra el narcotráfico tiene un trasfondo único: el económico. La pelea no es contra la droga o los daños que causa, sino por la pertenencia del mercado. Por el dinero, pues. Todo lo demás es retórica.

De un tiempo hacia acá, el interés por este tema ha crecido a niveles cósmicos. El narco se ha convertido en un éxito editorial. Pero esta fiebre lectora no sólo proviene del morbo.

La narradora sureña Iris García, considera: “mucha gente, tratando de entender qué es lo que está pasando con el país en el que vive, donde se desató la violencia, una violencia que no en todos lados habíamos vivido, está leyendo más en busca de alguna respuesta”.

Este interés ha crecido a tamaños insospechados en un tiempo relativamente corto. Hace 10 años casi a nadie le interesaba el tema del narcotráfico. Ahora es distinto. La oferta para el hambre “de saber” es mucha: cientos de títulos ofrecen distintos tipos de versiones sobre el problema. Algunos sólo son notas periodísticas hechas libro. Otros, de plano son chaquetas mentales, vendidas como periodismo. Otros más, los pocos, son producto del trabajo de autores serios. Las tres opciones anteriores serán vendidas (y bien) como la neta de netas, pero sólo propiciarán que las respuestas se vuelvan más nebulosas. Alimentan mitos y otorgan a muchos lectores la sabiduría necesaria para apantallar a su familia en las comidas de los domingos. La utilidad de la información pasa a segundo término. Lo que importa es saber costos de residencias, número de diamantes de la pistola de fulano, marca de zapatos del heredero del capo. Cosas para departir los domingos, pues.

El nuevo libro de Roberto Saviano es un libro aparentemente desordenado. Hay remiendos entre los capítulos, colocados ahí expresamente, con la intención de dar un respiro entre tanta droga. Porque si alguien se pone a contarnos teorías, cifras, fechas y demás perlas sobre negocios ilícitos, perderá nuestra atención después de 80 páginas. Saviano lo sabe. Por eso, luego de la historia de los cárteles mexicanos, nos da un respiro con una especie de ejercicio narrativo cuyo punto de partida y destino final es la alita de mosca. Saviano detiene el tono dramático de las historias y nos da un respiro con páginas de prosa lúdica.

A diferencia de Gomorra, donde la narración destaca por su hechura literaria, en CeroCeroCero, Saviano parece que intenta echarse bajo la sombra del periodismo. Este volumen posee algunos baches: uno o dos capítulos de los que fácilmente se puede prescindir. Sin embargo, en su mayoría son efectivos.

Casi al inicio, Saviano transcribe el discurso de un viejo mafioso: “El mundo de los que creen que se puede vivir con la justicia, con las leyes iguales para todos, con un buen trabajo, la dignidad, las calles limpias, las mujeres iguales a los hombres, es sólo un mundo de maricas que creen que pueden engañarse a sí mismos”.

Como afirma Vivian Abenshushan, “con demasiada frecuencia, detrás de los argumentos morales, se esconde un asunto de poder”. Este discurso del mafioso no está puesto ahí por temporalidad, sino por una enorme carga emotiva que dibujará e impondrá en todo el texto el principal argumento: Una grapa para gobernarlos a todos, una grapa para encontrarlos, una grapa para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas.

Saviano nos dibuja un planeta que gira, que late, que vive para la cocaína. Aunque la tesis es aventurada, gracias a un impecable manejo narrativo, el italiano es capaz de sostener durante 492 páginas esta posición. Porque desde el punto de vista periodístico existe desconfianza. Tengo mis dudas, por ejemplo, de que no se haya acercado a gente con tanta experiencia en el tema como Diego Enrique Osorno o Alejandro Almazán, por mencionar a dos de los exponentes del tema en México. O hay que decirlo: un texto sobre el narco mexicano que no esté basado en Blancornelas es digno de sospecha. Blancornelas es el puto amo y como prueba un botón: El 8 de junio de 1999, al día siguiente del asesinato de Paco Stanley, Jesús Blancornelas escribió: “Luis Alberto El Bolas Salazar Vega disparó y mató a Paco Stanley. El motivo: Stanley estaba asociado al cártel de los Carrillo Fuentes”. Casi 12 años después, el 7 de abril de 2011, el Ejército difundió un comunicado: “como presunto autor de la ejecución de Paco Stanley, fue detenido Luis Alberto Salazar Vega, ‘El Bolas’.” Blancornelas tenía razón.

Vivo en una tierra con una presencia notable del crimen organizado, lo cual quedó demostrado con la masacre de Ayotzinapa. Nadie me va a contar cómo el narcotráfico domina una región. Nadie. Ni siquiera Saviano.

Casi a diario los miro y los miran miles de ciudadanos más en calles y carreteras. Sabemos de sus zonas de control; de los sitios que frecuentan. De lo que puedo y lo no que no puedo hacer. Qué música no escuchar. De cómo no vestirme.

Y aun en estos lares, puedo afirmar que la cocaína no mantiene abiertas las zapaterías, los consultorios dentales, los puestos de frutas o las fondas de comida corrida. No es la droga la que levanta a las 3 de la mañana a los barrenderos, al cambio de turno de los empleados de hoteles, ni a los pescadores. En el prefacio de Tropa de élite, de Luiz Eduardo Suarez, Rodrigo Pimentel y André Batista, acotan: “Hay quien cree que las personas se corrompen porque ganan poco. Extraño razonamiento. Hay millones de pobres en Brasil y son gente seria y honesta. Por otra parte, los delitos de cuello blanco continúan multiplicándose como una pandemia”.

El planteamiento de Saviano es intrincado. Sus recreaciones sobre el narcotráfico en México rayan en lo increíble (aunque en México, lo increíble hoy, mañana queda rebasado). La veracidad pasa a segundo término cuando conocemos sus fuentes. Entonces, ¿cuál es el valor de este libro? (además de la ya muy aludida situación personal en la que vive en autor). La respuesta no es el periodismo, sino la literatura.

Roberto Saviano, Italian writer.

El oficio narrativo del oriundo de Nápoles es impecable. Esto se puede apreciar en cada uno de los 49 pequeños capítulos entreverados en este libro que, dicho sea de paso, aún no sé qué es: reportaje, ensayo, crónica. Pero esta última duda es lo de menos.

Lo relevante es cómo Saviano hace creíble lo peliculezco. Cómo nos hace titubear ante planteamientos dignos de una serie a lo Breaking Bad. Eso tiene una definición: oficio literario.

Juan Rulfo apuntó: “Somos mentirosos; todo escritor es un mentiroso, la literatura es mentira; pero de esa mentira sale una recreación de la realidad”. Y eso es lo que hace Saviano: recrea una realidad casi idéntica a la que vivimos.

Con lo anterior no afirmo que CeroCeroCero sea un montaje. Sólo sostengo que podría ser una clase magistral para escritores sobre el manejo del mito. Después de todo, como cierra Saviano: “conocer es empezar a cambiar”.

 Imagen de portada:  Justin Williams/REX

 MedranoPaul Medrano es autor de Deudas de fuego (Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, 2013) y colaborador de Literal. Su Twitter es @balapodrida


Posted: March 26, 2015 at 7:00 am

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